MUROS DE LA VERGÚENZA
Leí, días pasados, que el hombre que ordenó la edificación de la casi infinita muralla china fue aquel primer Emperador, Shih Huang Ti, que asimismo dispuso que se quemarán todos los libros anteriores a él. Que las dos vastas operaciones -las quinientas a seiscientas leguas de piedra opuestas a los bárbaros, la rigurosa abolición de la historia, es decir del pasado- procedieran de una persona y fueran de algún modo sus atributos, inexplicablemente me satisfizo y, a la vez, me inquietó.
Jorge Luis Borges, La muralla y los libros (1950), en Otras inquisiciones, Emecé, Buenos Aires
De entrada, se creería que hubiera sido más ventajoso en todo sentido construir en forma continua o al menos continuadamente dentro de los dos sectores principales, ya que la muralla, como se sabe y se divulga, fue proyectada como defensa contra los pueblos del Norte. Pero, ¿cómo puede defender una muralla construida en forma discontinua? En efecto, una muralla semejante no sólo no puede proteger, sino que la obra misma está en constante peligro. Estos fragmentos de muralla abandonada en regiones desoladas, pueden ser destruidos con facilidad, una y otra vez, por los nómades, sobre todo porque éstos, atemorizados por la construcción, cambiaban de residencia con asombrosa rapidez, como langostas, por lo que, probablemente, tenían mejor visión de conjunto de los progresos de la obra que nosotros mismos, sus constructores.
Franz Kafka, De la construcción de la muralla china, Alianza Editorial, Madrid.
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