CERÁMICAS DE ÁFRICA NEGRA
ARTE Y BARRO
Las piezas proceden todas de una colección particular: algunas han sidos recolectadas in situ desde mediados de 1980, otras proceden de distintas colecciones europeas. Todas ellas se están reproduciendo en nuestro alfar en El Casar, en la provincia de Guadalajara.
La cerámica africana es parte fundamental de la herencia artística de este continente. Los autores se han sentido siempre cautivados por sus formas, tan sugerentes e innovadoras. A nuestro entender, las vasijas constituyen un segmento imprescindible en el arte africano que no siempre ha sido justamente valorado, eclipsado por el esplendor de la estatuaria en madera.
Más que simples recipientes, las vasijas que exhibimos son obras de arte cuyas formas y estilos dependen de su origen y función. Algunas destacan por sus rasgos antropomorfos, como la cerámica yoruba nº65 con cabeza de mujer, elaborado peinado y actitud meditativa. Otras sobresalen por su factura, minuciosa y original, como las vasijas de la cultura Calabar nº7 y 8 con su exquisito detalle y su juego geométrico.
La cerámica posee tanto funciones domésticas (guardar alimentos y enseres), como propósitos específicamente rituales. La pátina provocada por el paso del tiempo y el uso contribuyen a realzar su belleza. Una pieza empleada para guardar la manteca de karité, con el tiempo, cogerá una pátina brillante. Si ésta, en cambio, tiene una finalidad ritual y la rociaron con cereales, cervezas y vinos locales tomará una pátina más espesa o de costra mientras que, si la vasija se usa para hervir el agua o cocinar, adquirirá una textura ahumada por el fuego… Todos estos aspectos ensalzan el carácter de la pieza, le confieren personalidad y, lo que es más importante, despiertan sentimientos en quiénes las observan o las tocan. Funcional, la cerámica africana también constituye un testimonio de la historia de las culturas que la crearon. Las piezas descubiertas, junto a otras reliquias, en yacimientos del valle del Níger, por ejemplo, han arrojado luz sobre las antiguas civilizaciones de este continente.
Pese a que muchos pueblos siguen empleando cerámicas en su día a día, éstas se ven reemplazadas por recipientes de plástico y metal. Por ello, nos gustaría que este trabajo fuese un pequeño homenaje a todos aquellos alfareros - hombres y mujeres - que realizaron estas vasijas que tanto admiramos.
La cerámica africana posee varios milenios de historia. Conocida en Oriente Próximo desde el IX milenio aC, esta técnica se habría difundido de este a oeste, a través del Sahara, y de norte a sur, al ritmo de las migraciones de los pueblos nómadas de cazadores recolectores que recorrían el continente en busca de tierras fértiles.
La progresiva sedentarización de dichas gentes conllevó la necesidad de un material doméstico abundante, favoreciendo la creación de vasijas, así como la diversificación de sus formas y usos. Con la aparición de los primeros núcleos de civilización, como la cultura Nok (Nigeria, s.VIII aC - s.III dC) o el reino de Axum en Etiopía (s.I - XII), la cerámica africana aparece como una modalidad artística madura y original. Las piezas presentadas en esta sección - entre las que destacan la vasija Calabar nº8 y el lavapies de Axum nº12 - dan cuenta de ello.
La cerámica africana es ante todo funcional. Se emplea para almacenar bebidas y cereales, preparar alimentos o decocciones de plantas medicinales, así como para guardar efectos personales.
La función de cada recipiente determina su forma. Las jarras para la cerveza de mijo o el vino de palma como la pieza nº22, por ejemplo, poseen una boca ancha para servir con facilidad esta bebida fermentada, en el transcurso de fiestas y ceremonias.
Los graneros descansan sobre una base anular o pequeños pies, con el fin de proteger su contenido de roedores e insectos. Algunos, como el granero Fra-Fra, presenta incluso una tapa. Los platos destinados a cocer alimentos se caracterizan por su fondo redondo que reparte el calor del hogar mientras que, los cuencos para las salsas y las copas se distinguen por sus pequeñas asas.
De uso común, las cerámicas africanas son también «objetos para ver», como sugiere la belleza de sus decorados. Pintados, incisos o en relieve, éstos representan motivos abstractos o animales cuyo simbolismo remite a la idea de fertilidad y prosperidad.
El abastecimiento en agua constituye, en África, una de las principales actividades cotidianas. Mujeres y niños recorren a diario el camino - a veces muy largo - que los separa del pozo o del río más cercano, llevando consigo jarras destinadas a contener el preciado liquido.
Dichos recipientes poseen características similares en todo el continente. La panza presenta una forma, ancha y redonda, de capacidad considerable. Las paredes son espesas para conservar mejor la frescura del agua, mientras que la boca termina en un cuello alto y estrecho, del que no puede verterse una gota. La altura excede rara vez los 50 cm y el peso es relativamente ligero, incluso cuando el recipiente está lleno.
En los hogares, el agua es almacenada en jarras como la pieza Mangbetu nº28, excepcional por su elegancia, o en vasijas de diversos usos, como los recipientes Samo nº29 y Senufo nº33, destinadas también a la preparación de cerveza de mijo.
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